![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQ0LyFQsLdnM0ID32j5Bpg2P8pCK0lNceuHPV0iCqyEvM6vmHEucIct5aO6WRFhfMSfox8Bz9LQFzVdkRj2hAj6_lPJPMXEVouW8PVB_nHou4P9SA2ZIM-KJNLG9BuWe3KfpcPIhKMR-_g/s1600/rwedfsad.png)
relaciones interpersonales que realiza el hombre. Esta permite al enfermo
satisfacer su deseo y necesidad de salud y al médico, cumplir con una de
sus funciones sociales más importantes.
La historia de la relación médico-paciente es más antigua que la
medicina misma. Cuando esta última se encontraba aún en sus albores,
ya se establecía una relación entre el hombre enfermo y aquel otro
responsabilizado por un imperativo social: el restablecimiento de la salud
del que se enfermaba (chamán, sacerdote u otros). Es posible descubrir
referencias sobre la relación médico-paciente en casi todas las
civilizaciones antiguas con las concepciones místicas dominantes, que
veían al médico como un representante de los dioses. Consideraban que
dicha relación había sido engendrada en el cielo y que era tan antigua
como los dioses mismos.
La relación entre el médico y el paciente era ya entonces un
formidable agente terapéutico utilizado con todo el empirismo y la ausencia
de conocimientos científicos que es posible imaginar en los hombres de
tan remota época.
En todas las civilizaciones los métodos subjetivos han sido de mucha
ayuda en la mejoría del ánimo del paciente. En el antiguo Egipto se le
concedía gran importancia al relato del enfermo, que exponía no sólo los
síntomas subjetivos, sino también las causas a las que atribuía su
enfermedad. No se debe pasar por alto a filósofos tan importantes como
Sócrates, Platón y otros que plantearon que no se podía intentar la curación
del cuerpo sin pretender la curación del alma.
El reconocimiento del valor de la relación médico-paciente y su
importancia desde el punto de vista psicológico, está entroncado
gnoseológicamente con el reconocimiento del valor de la visión integral
del hombre. Es por eso que la escuela hipocrática, con su insistencia en
que el hombre no es sólo un ente físico, sino un conjunto inseparable con
lo psíquico y su énfasis en la importancia del medio ambiente y de la
relación médico-paciente, constituye un hito decisivo en el desarrollo
científico de la medicina.
Relación médico-paciente con enfermedad
no transmisible
Es importante inculcar, como educador de la salud, que la vida sea
considerada más bien como un fin que como un medio; que vivir más
tiempo sea valorado como más sano, que la satisfacción de deseos o el
cumplimiento de propósitos pueden hacer daño.
Además, se deben enseñar al enfermo las estrategias necesarias para
cambiar su conducta respecto a su salud, en función de los valores que
elija libremente, puesto que este constituye una individualidad. La labor
del médico es de persuasión.
Debe tenerse mucho cuidado con un excesivo énfasis en el autocontrol
comportamental, ya que podría crearse en el paciente un desadaptivo
sentimiento de impotencia; del mismo modo, la renuncia al autocontrol
podría hundirle en la indefensión y desvalimiento más desesperados.
Esta es la importancia que, para conservar y recuperar salud, tiene el
hecho de que la persona tome sus propias decisiones respecto a lo que
debe hacer con ella y con su vida.
En todos los pacientes es muy importante establecer un diálogo
comunicativo que les permita conocer, comprender y comportarse ante
su enfermedad, pero lo es más en aquellos pacientes que deben aprender
a vivir con sus problemas de salud. El médico debe propiciar y orientar
su participación activa, teniendo en cuenta sus criterios. En la relación
participativa, el paciente entrega más información y no oculta datos, lo
que facilita el diagnóstico y el tratamiento. A su vez, mientras mejor
conoce el médico a su paciente, más apropiadas serán las sugerencias
terapéuticas, en la medida en que más fielmente coincidan con el estilo
de vida del paciente y éste aceptará mejor sus limitaciones.
Las enfermedades no trasmisibles tienen dos momentos esenciales:
períodos intercrisis y períodos de crisis.
El médico conocerá cómo se comportan estos momentos en cada
paciente, porque asiste enfermos, no enfermedades. Con este
conocimiento preparará al paciente y a su familia en lo referente a en qué
consiste el padecimiento, sus causas y cómo enfrentar cada período, lo
que asegurará modificaciones en su estilo de vida que redunden en su
calidad y que disminuyan la frecuencia e intensidad de las crisis e incluso,
puedan controlarse.
En los períodos intercrisis, el enfermo deberá llevar una vida normal,
con determinadas limitaciones que eviten los factores desencadenantes,
que de acuerdo con el tipo de problema podrán ser de control ambiental,
de la alimentación, de la actividad física, de la eliminación de hábitos
tóxicos y otros.
Es importante el poder de persuasión que tenga el médico para
convencerlo de que se puede ser feliz con esas limitaciones,
compensándolas con otras acciones más beneficiosas para su salud. Por
supuesto, esto deberá realizarlo con tacto, sin contradicciones,
paulatinamente y adecuándose a las características de la personalidad
del enfermo, lo que favorecerá su toma de decisión, su ejecución y
mantenimiento sin retrocesos.
El médico evitará asumir actitudes de juez y de rechazo que sólo
menoscabarán la autoestima y lo alejarán del tratamiento correcto.
Aceptarlo como es, se convertirá en premisa imprescindible. Se le hará
comprender que su actuación podría ser porque no conocía su enfermedad
y cómo enfrentarla y con los nuevos conocimientos podrá, poco a poco,
ponerlos en práctica y que con seguridad lo logrará.
En este tipo de paciente, la persuasión, la sugestión y el apoyo,
desempeñan un papel importantísimo.
Entre los factores desencadenantes, será preciso indagar y manejar
los estados emocionales. Las frustraciones y conflictos familiares,
escolares, laborales y sociales, generan tensiones que el médico deberá
tener en cuenta para que, con su ayuda o la de otro especialista, se
puedan eliminar y no influyan en la intensidad de la enfermedad.
Con mucho tacto, el médico valorará cuáles son los factores que en
cada paciente influyen como desencadenantes, para ayudarlo a
controlarlos.
Al orientar el comportamiento que se seguirá en períodos de crisis,
el médico evitará que surjan sentimientos de culpabilidad por la aparición
de las mismas, le hará comprender que las crisis son las manifestaciones
de su enfermedad y que como ser humano, no siempre le es posible
obviar condiciones sociales, agentes agresores y resistir limitaciones. Lo
importante es que valore y asimile que esta preparación para los cambios
en su vida es paulatina y que lo logrará.
En las crisis y de acuerdo con el tipo de enfermedad, hay conductas
precisas que el médico orientará, según las características del paciente y
sus condiciones de vida.
En estos momentos, mantener la serenidad, al igual que sus familiares,
favorecerá la eliminación de la crisis, así como seguir la prescripción
facultativa. El auto control es importante y saber cuándo podrá comenzar
para tratar de eliminarla o disminuir su intensidad.
Relación médico-paciente con enfermedad
transmisible
La prevención de una enfermedad es siempre más eficaz y más
económica que su tratamiento.
Con todos los pacientes, el médico deberá saber oír, comprender y
enseñar, pues en las enfermedades transmisibles, la actitud de juez y la
petulancia del médico, perturban seriamente la relación médico-paciente.
El médico existe para ayudar al enfermo, no para juzgar sus conductas.
Todo paciente es, en mayor o menor grado, un ser angustiado por su
enfermedad y su pronóstico, pero además puede tener sentimientos de
culpabilidad acerca de cómo la adquirió e incluso, a quiénes contagió o
puede contagiar.
El médico será prudente en lo que dice y cómo lo dice, tener control
sobre sus expresiones faciales y corporales: nunca expresar asombro o
alarma ante un síntoma o situación que relata el enfermo, ante un hallazgo
grave en el interrogatorio, en examen físico o en complementarios; ni
tampoco reprochar, escandalizarse por una confidencia poco decorosa
para el enfermo, sobre todo si se trata de enfermedades de transmisión
sexual, donde tendrá más tacto y habilidad, para incluso conocer las otras
personas con quien se ha relacionado y poder ayudarlos.
Al respecto, el médico logrará especial cuidado al tratar enfermedades
transmisibles en los niños, por mencionar las más frecuentes, las diarreicas
y las respiratorias, ya que las madres sienten doble preocupación por el
estado de salud de su hijo y la responsabilidad ante el mismo. Esto no
puede incrementarse, el manejo deberá llevar una rica información y
posible demostración, aliviándola al decirle que cuando conozca más,
sabrá cómo comportarse y su niño u otro familiar a su cuidado mejorarán.
En lo que respecta a enfermedades transmisibles, la promoción de
salud es imprescindible; el médico de la familia desempeña un papel
fundamental en ello, realizando una labor sistemática con su población
en cuanto a la higiene personal, de los objetos, de los alimentos, el uso de
los utensilios personales, la cocción de los alimentos, hervir el agua y la
leche, la forma de controlar los desechos, las aguas contaminadas, la
conservación de los alimentos, la distribución de la dieta alimenticia, el
uso de los ejercicios y otros.
Este trabajo se ejecutará con tacto, paciencia y mucho respeto a la
individualidad personal, de la familia y la comunidad.
Para lograrlo, el médico y la enfermera deberán ganarse el prestigio y
la confianza de las personas que asisten, si no podrán parecer
impertinentes e indiscretos.
En presencia de estas enfermedades, el médico valorará los
mecanismos de defensa que pueda utilizar el paciente, pues el hecho de
saber que tiene un problema de salud adquirido por contagio, donde la
higiene es fundamental, puede privarlo de obtener información oportuna
y adecuada, o evadir la búsqueda de ayuda para que el médico no lo
perciba mal.
Por supuesto, la atención de estas enfermedades no es sólo
responsabilidad del médico o de la familia; otros especialistas también lo
hacen y son muchas las personas que ingresan por tal motivo.
Todos deben tener tacto en el manejo, interrogatorio y orientación
de la conducta que se debe seguir.
En ocasiones, con pacientes ingresados, se requiere a su familiares
cuando incurren en costumbres que afectan la salud del enfermo o la de
los demás. Cuidado, todas las personas no tienen el mismo nivel intelectual,
de conocimientos, ni el mismo estilo de vida; el papel del médico es enseñar
y deberá hacerlo a solas, en un lugar con privacidad, sin juzgar, culpar, ni
humillar al paciente o al familiar.